PROSA Y POESIA DEBEN DECIR ALGO

Eso es de Perogrullo, dirán algunos, mostrando sorpresa. Claro que sí responderemos, pero ocurre que la cuestión no enrumba por ese lado.

Sucede que de un tiempo a esta parte los jóvenes aprendices de poetas y narradores, con el objeto de llamar de inmediato la atención, escriben en retahíla, sin orden ni concierto, atiborrando sus textos de innúmeras metáforas (en el caso de los poetas) y vocablos enrevesados (en el caso de los prosistas).

Mucho fuego artificial, mucha banalidad, mucha parafernalia.

Sin embargo, al apagarse los fuegos artificiales, queda el vacío, la negra bóveda del universo.

No permanece nada, no dejan nada. Solo humo.

Y la cuestión o lo que dice la tradición y la costumbre es que el hombre o mujer de letras tienen una tarea, un rol y deben precisarlo. En otras palabras, deben decir algo, deben dejar algo en la mollera de sus lectores

De lo contrario, no se entiende para qué crestas escriben.

Aburren. Latean. Dejan un vacío. Hacen perder el tiempo.

Aceptando que la forma puede no importar, sino es el fondo lo que prevalece, aceptando aquello, ¿por qué se esmeran tanto en oscurecerlo todo, hacerlo ininteligible a sus lectores, aspirando a revolucionar el lenguaje y los esquemas?

El resultado está a la vista.

Tanto en poesía como novela se escribe mucho, se publica demasiado, no se vende como quisieran y, lo peor, se lee poco, casi nada.

Si acaece todo aquello, que está a la vista, salvo los que se marginan y trabajan sus textos en la marginalidad, ¿por qué no caen en cuenta que algo está ocurriendo, que sus sueños y proyecciones no están dando frutos, que solo son conocidos y reconocidos en pequeños grupos, que no pueden sacar los pies de la ciénaga y están donde mismo? Y, lo peor, el mundo continúa girando, sin detenerse a contemplarlos por un instante.

Ahora, si ello no les preocupa, les importa un huevo y quieren apartar tiendas, bien por ellos, respetable posición. Pero no vengan después a mirar desdeñosamente a los lectores, a los escasos lectores, que no prorrumpieron en alabanzas ni aplausos y que, simplemente, no les agradó su trabajo, expresando que “no saben nada, son unos carajos, representan la regresión, no entienden nada, para que darle perlas a los cerdos, etc., todo lo cual personifica las típicas respuestas de quienes, ególatramente, no asumen sus fracasos.

Un gran crítico chileno decía, frente a esas oscuridades, ¡Llaneza, muchachos, llaneza!

ARTURO FLORES PINOCHET marzo 2022