GABRIELA MISTRAL: Interrogaciones & OTROS POEMAS

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Arturo Flores Pinochet

La lectura del libro DESOLACIÓN, especialmente los poemas Interrogaciones, El Ruego, Volverlo a Ver, etc,  forjada a temprana edad, nos produjo una huella que el tiempo – que es bastante – no ha podido desvanecer. Pocas veces nos ha complacido la brillantez o profundidad de un texto literario, salvo, claro está,  todo lo de Alone (Hernán Diaz Arrieta), Nicanor Parra y José Santos Gonzalez Vera. En esos campos somos más bien escépticos. Sin embargo, cuando leímos Desolación  de Gabriela Mistral, específicamente lo mencionado anteriormente,  algo se recogió en el fuero interior y ha sido imposible desconocerlos.

La aparición de sus libros posteriores  no  produjo la misma sacudida. No se nos oculta que  los académicos, críticos o los que se dan de tales, eruditos en la tarea mistraliana, poetas y escritores afines a su arte,  fruncirán el ceño o mirarán con  desdén, incapaces de concebir que un simple lector  quedara  “pegado” con los Sonetos en comento.

Es que, ya sabemos,  da más tono hablar de los otros libros, más complicados, más herméticos, más ásperos.

 

LOS BENDITOS SONETOS

DESOLACIÓN  habla del amor, la vida y la muerte, pero especialmente del dolor.

¡Cómo olvidar esa entrada clásica, siempre recordada!: ¿Cómo quedan Señor durmiendo los suicidas?.

Y esa imprecación increíble, hasta terrible, a Dios: ¡Toda la Tierra tuya sabrá que perdonaste!

O este verso, que Alone retrata como la síntesis suprema del amor: “Amar, bien sabes de eso, es amargo ejercicio”. Y le recuerda, a propósito de amor y amargo ejercicio,  cuando llevaba la cruz:  “y la cruz ¡Tú te acuerdas oh Rey de los Judíos / se lleva con blandura como un gajo de rosas!.

Todo un contrasentido lógico, una metáfora espléndida, respecto al dolor/amor de Cristo.

Recordamos una crónica  literaria de Alone dedicada a la  importancia del placer en la vida. Allí habla incluso del placer que sienten los mártires…con su martirio. Esto,  a propósito de la cruz que se lleva” como un gajo de rosas”

Continúan los versos imperecederos, esos que  guardan  la memoria y que hasta hoy nos sacuden por su fuerte contenido bíblico e imprecador:

“Fatigaré tu oído de preces y sollozos, lamiendo, lebrel tímido, los bordes de tu manto, y ni pueden huirme tus ojos amorosos ni esquivar tu pie el riego caliente de mi llanto”.

“Ni pueden huirme tus ojos amorosos….”.

No sabemos si habrá en la literatura planetaria este tipo de versos que cogen a Dios, lo remecen y le piden en forma apasionada por el alma del novio que se suicidó. Evidentemente está la Biblia, los antiguos profetas. Cierto. Pero en las letras cuesta encontrar poetas (de haberlos los hay)  que lleguen a esos extremos, más en épocas en que el temor a Dios y los corsés mentales, impuesto por religiones humanas -lejanas al verdadero mensaje cristiano y vecinas a la perversión sexual o a las ansias incontenibles de poder – impedía esos exabruptos, esas salidas de madre, esos razonamientos alejados de cualquier análisis teológico.

Estamos hablando de principios del Siglo XX.

Hoy perdieron la batalla, vienen en caída libre y ya conocemos su falso rol moral.

Las primeras lecturas juveniles son las que impregnan con mayor fuerza  la mente, en especial, si se apartan del trillado camino o abandonan los cauces conservadores. Es lo que nos ha ocurrido, ciertamente, con Gabriela Mistral y sus Sonetos . Porque el resto de su obra, exceptuando las rondas infantiles, que son preciosas (“dame la mano y danzaremos, dame la manos y me amarás…”), presentan otra faz, más áspera, más abrupta, más dura, más ininteligible. No nos cogió, no vulneró nuestra sensibilidad.

La dejamos de lado.

Preferimos cobijarnos bajo el techado de sus imprecaciones, de su dolor por el amante suicida, de sus reflexiones ante la muerte, de esa “socarradura” honda del corazón, pocas veces leído.

Toda la impresión que nos dejó la lectura de los primeros versos de la Mistral están compendiados en el juicio de nuestro escritor favorito, que es todo un poema al sufrimiento amorosos: Pero el que alguna vez haya sentido en el corazón la tempestad, el que haya amado, sufrido y soñado, el que haya entrevisto siquiera la impotencia de la voz humana para decir ese nudo que echan a la garganta el amor, el dolor y la muerte, experimentará con las estrofas de Gabriela Mistral la sensación de alivio del que estaba ahogándose y sale al aire respirable, del que iba solo y encuentra una compañía en el desierto, del que, antes de morir, ha divisado un rayo de la eternidad.(Alone, Prólogo a Desolación, 1925).

Bellísimo.

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Interrogaciones

¿Cómo quedan, Señor, durmiendo los suicidas?

¿Un cuajo entre la boca, las dos sienes vaciadas,

las lunas de los ojos albas y engrandecidas,

hacia un ancla invisible las manos orientadas?

¿O Tú llegas después que los hombres se han ido,

y les bajas el párpado sobre el ojo cegado,

acomodas las vísceras sin dolor y sin ruido

y entrecruzas las manos sobre el pecho callado?

El rosal que los vivos riegan sobre su huesa

¿no le pinta a sus rosas unas formas de heridas?

¿No tiene acre el olor, sombría la belleza

y las frondas menguadas de serpientes tejidas?

Y responde, Señor: Cuando se fuga el alma

por la mojada puerta de las largas heridas,

¿entra en la zona tuya hendiendo el aire en calma

o se oye un crepitar de alas enloquecidas?

¿Angosto cerco lívido se aprieta en torno suyo?

¿El éter es un campo de monstruos florecido?

¿En el pavor no aciertan ni con el nombre tuyo?

¿O van gritando sobre tu corazón dormido?

¿No hay un rayo de sol que los alcance un día?

¿No hay agua que los lave de sus estigmas rojos?

¿Para ellos solamente queda tu entraña fría,

sordo tu oído fino y apretados tus ojos?

Tal el hombre asegura, por error o malicia;

mas yo, que te he gustado, como un vino, Señor,

mientras los otros siguen llamándote Justicia,

¡no te llamaré nunca otra cosa que Amor!

Yo sé que como el hombre fue siempre zarpa dura;

la catarata, vértigo; aspereza, la sierra.

¡Tú eres el vaso donde se esponjan de dulzura

los nectarios de todos los huertos de la Tierra!

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