JORGE BARADIT Mucho ruido, pocas nueces

Por  Arturo Flores Pinochet
Al finalizar la lectura de la trilogía de Jorge Baradit, Historia Secreta de Chile, podemos, desde la simple perspectiva del lector, entregar breves conclusiones. A no equivocarse, sin embargo: será únicamente la visión de un lector, por tanto, nadie hallará en esta crónica signos de erudición, ni pretensiones de serlo ni menos enmendarles la plana a los historiadores o pretender pasar por historiógrafo.
Después de la necesaria explicación, veamos lo que nos dejaron los libros.
Desde luego, sorprende la escandalera de algunos historiadores, seudo historiadores, investigadores y gente del montón sobre la aparente tergiversación histórica realizada por Baradit en su trabajo. Mucho ruido, en verdad, y escasas nueces como resultado. Aunque Baradit lo advierte, nadie hace caso y optan por denigrarlo en forma hasta alevosa. Porque, ciertamente, no hay manipulación ni tergiversación de los hechos pretéritos. Al contrario, todo lo expuesto ya sido relatado en libros anteriores. O sea, ninguna novedad. A quien podríase catalogar de tergiversadores y manipuladores sería a la historia impartida por años, que mantuvo un orden establecido sobre el cual nadie podía discutir hasta el siglo XX, cuando surgen nuevas propuestas. Evidentemente ese conocimiento de la pequeña historia chilena no se enseña en los colegios, escuelas y universidades, salvo excepciones, porque, para que estamos con cosas, no conviene que se altere la marmórea historia oficial. Entonces, la mayoría de los chilenos desconocían estas facetas ocultas. Una minoría instruida, eso sí, estaba al tanto de ella. Por consiguiente, no hay ninguneo a los profesores de historia como algunos enanos mentales expresaron. Los “profes” solo pasaron las materias impartidas. «La culpa no la tiene el chancho, sino quien le da afrecho». Y el que entrega afrecho es el Estado. Lo clarificó Baradit.
Claro como el agua de vertiente.
Las figuras de los Padres de la Patria, llámese O’Higgins, José Miguel Carrera y Manuel Rodríguez tampoco presentan grandes riesgos de falacias. Sabemos que O’Higgins – que no ganó ninguna batalla – fue siempre un valiente soldado (Cancha Rayada y Rancagua) que se subordinó completamente a San Martin y La Logia Lautarina. También sabemos de su personalidad compleja y retraída, aunque, pese a ello, logró convertirse en dictador (eufemísticamente Director Supremo), atacando a la aristocracia criolla y permitiendo la muerte de los Carrera y Rodríguez. Esto y mucho más son conocidos por las partes. ¡A qué tanto escándalo!. Que no lo cuenten en las aulas es otro cuento y, como decíamos, la culpa no es de quienes enseñan.

La novedad es el calificativo de “Libertador” por sobre sus pares, que le fue concedido en tiempos contemporáneos, pero ya sabemos que esa condición fue impuesta por el gobierno de turno para sus fines, al igual que la figura de Portales. No olvidemos, porque para estos casos surgen muchos desmemoriados, que las filas izquierdistas de este país  elevan incienso a Manuel Rodríguez y José Manuel Balmaceda. Las cuentas claras y el chocolate espeso.

También es novedosa la propuesta del ejército argentino “invadiendo” territorio chileno y derrotando a su contrapartida “chilena” por la liberación del país.
Si se confronta con la lógica, no es tan aventurado. Es cuestión de sumar.
El itinerario de la muerte de Rodríguez la conocen todos como también la tragedia de los Carrera. El naciente país quedó horrorizado con sus pérdidas. Baradit expone los hechos basado en lo que las historias siempre presentaron, cargando un poco la tinta en torno a los defectos de ellos. Si bien se muestran errores y virtudes de los personajes, hay que jugar también con el equilibrio, porque los humanos prefieren el lado sórdido por sobre las virtudes.
No obstante, Baradit, al final, para equiparar las cosas, habla bien de Carrera y desentraña su ideario.
Tanto los Carrera  como Rodríguez fueron liquidados en su época por la Logia Lautarina debido a su oposición férrea al régimen de O’Higgins, respaldado desde las sombras por la tenebrosa Logia Lautarina y San Martin. Inclusive hemos leído ciertos artículos en que se desmerece toda la tarea de Manuel Rodríguez durante la Reconquista, tratándolo de mito. Baradit también toca ese sesgo, pero lo hace no muy convencido. Asimismo algunos, muy pocos, arguyen que la Logia no mató a los patriotas mencionados, porque todos la integraban. Cierto, pero olvidan que dentro de cualquier organización están las ansias urgentes de poder y todos pretenden conseguirlo. En esa inocultable carrera ambiciosa quien la obstaculiza es eliminado, no importando que sea uno de ellos. Ha sido siempre así y está la historia universal para ratificarlo.
Nada nuevo bajo el sol.
En lo tocante a masacres, el autor forja un resumen de las muertes de compatriotas por parte del Estado, al través de su ejército, y concluye que la mortandad fue mayor a la provocada por nuestros soldados a los enemigos. Habla de miles de chilenos muertos.

Sumando y sumando se llega a ese resultado.
No es un tema, entonces, que guste a quienes marchan en la vereda derechista.
Estamos ciertos que la mayoría desconoce el otro lado de Prat: abogado. Ahora conocen otra faceta: espiritista. También el común desconoce las clases que impartía a gente de escasos recursos. Si mal no recordamos, realizó además misiones de espionaje. Pero lo que molestó a muchos fue la adicción al espiritismo, como si ese gusto por conocer el futuro fuera maligno. En su época lo fue, claro que sí, provocado por el terrible imperio de la religión católica. Pero abundar en ello en este tiempo suena risible. Por lo demás, el hombre era dueño y señor de hacer lo que quisiera en su vida privada. Nada, por cierto, empalidece un centímetro su calidad de valiente marino y héroe chileno. Inclusive menciona una acción desconocida: cuando en medio de una tormenta nada briosamente hacia la Esmeralda para dirigirla contra los embates de la natura y evitar un descalabro.
No la conocíamos ni nadie la ha mencionado.
La crónica sobre Portales también es sabida, tanto su muerte como su gobierno y el amor de la adolescente que lo hizo padre. Le faltó agregar su afición por el baile y la jarana, comprobado históricamente.
Y ya que estamos en materias políticas, su enfoque sobre la importancia de Pinochet en el golpe del 73 no reviste ninguna originalidad porque es conocido ampliamente.
La narración de las masacres de La Coruña, el Seguro Obrero y Santa María, por otra parte, están narradas con algún pormenor, mostrando todo el espanto de aquellos hechos. ¿Habrá molestado el detalle de las escenas?. Puede ser. En todo caso, son acciones que a nadie dejan frío.
Entonces, ¿de qué estamos hablando?.
CONCLUYENDO
La inferencia más cierta es que los ataques furibundos a la tarea histórica de Jorge Baradit provienen, sin duda, desde la trinchera política, en este caso, de la derecha.
«Las cuentas claras y el chocolate espeso», como decíamos.
Ahora, sin duda que la tendencia ideológica de Jorge Baradit para enjuiciar algunos aspectos de la “otra historia” tiene concomitancia con el discurso de la izquierda chilena, en especial, lo relativo a dictaduras, torturas y masacres de compatriotas. Eso marca distancias. Es innegable. Como también es innegable que esas “cosas” no se imparten en escuelas, colegios y en ciertas universidades, salvo que en la actualidad exista una mayor apertura.
De ahí, entre otras razones, el éxito editorial.
Igualmente, es innegable que las historias chilenas tradicionales, por las cuales el país se impuso de su pasado, no fueron escritas precisamente por historiadores izquierdistas ni tampoco hicieron gala de imparcialidad, independencia y objetividad.

No hay que olvidar estos matices a la hora de enjuiciar.
«En todas partes se cuecen habas».
Lo cierto es que hay un gran mérito en la publicación de estos libros. Por un lado están redactados en forma simple, clara, con un lenguaje lejos de la jerigonza académica. Por el otro, la temática usada paradojalmente es diferente a la que ofrecen los best sellers, mayormente ficción: se trata de temas históricos, resultando gratificador que muchas columnas periodísticas o programas de televisión abran debate sobre…historia y no sobre el matrimonio de Fulana, el peinado de Zutana o las andanzas sexuales de Perengano. Ya es un valor. Desde luego, también habría que destacar la disposición a rescatar del pretérito asuntos que no se enseñaron en colegios y escuelas ni fueron conocidos por una mayoría y que, por su relevancia, no pueden estar ocultos. Para ello, recurre a la crónica y dentro de la crónica a la narración literaria, lo cual facilita la comprensión y la lectura.

Otro laurel.

Asimismo, es meritorio el hecho de subrayar ciertos eventos que son mencionados por los historiadores, porque considera necesario darles el relieve que la gran historia, por su mismo peso, no recalca. Esto el chileno medio lo aprecia y agradece porque lo hace interiorizarse en nuestra historia y además siente que lo están tratando desde otra perspectiva, más pensante, más abierta, más transparente. El sólo hecho de indicar defectos y virtudes de los personajes históricos ya es un avance, sin quitarle por supuesto su calidad de tales.
Rindámosle homenaje a don Jorge Inostrosa porque en estas lides, hace muchos años, lo señalaba.
Baradit no es historiador como lo indican. Él es escritor. Fracasan, entonces, quienes, en su afán de descalificarlo, le atribuyen intenciones que él, sinceramente, nunca pretendió.
Ahora bien, algunos historiadores estudian a concho las crónicas, las desmenuzan y le hallan “errores”. Olvidan que son crónicas específicas y no hay un plan general ni es una historia ni mira la globalidad, como ellos. Trabajo perdido, entonces, comparar el trabajo de las crónicas con la inmensa investigación histórica.
Por algo son crónicas.
Finalmente, el escritor escribe para que lo lean, o sea, su objetivo final es el lector. De lo contrario no escribiría. Y para vender, evidentemente. Cuando estas dos posturas se convierten en realidad y la venta adquiere grandes proporciones, convirtiéndolo en un preciado best sellers, con todas las expectativas que ello importa, entonces la tarea del escritor está cumplida.
Jorge Baradit lo hizo.

Otros, en cambio, todavía no logran sacar la nariz del agujero

APOSTILLA FINAL: Abundan los criticones. Cabría preguntarles a ellos, primero, si leyeron los tres textos de Baradit. Ocurre muchas veces que nunca  los han leído y opinan de acuerdo a lo que escuchan. Con eso se dan «facha» de historiadores. Y segundo, suponiendo que leyeron, que conocen la historia ¿podrían nombrar uno por uno los eventos que objetan? Ahí sabremos a qué atenernos y si es verdad lo que critican con tanta facilidad, una facilidad, por lo demás,  que se entronca con una escogida mediocridad y una ignorancia que es atrevida.