CUATRO GRANDES EN LA CRITICA LITERARIA DEL SIGLO VEINTE

Por Arturo Flores Pinochet

No tiene el comentario de libros la misma resonancia que posee la novela o la poesía en el ámbito literario. Como el cuento y el ensayo, se presenta en el escenario como género de bajo perfil, no capta el interés de los primeros citados ni es objeto de enjundiosos estudios.

Es así.

Forma parte de una suerte de sub género en la literatura. Aunque es  necesario – aludimos al análisis literario – son mayoría los que objetan a  los críticos y forman minoría los que  aplauden con el riesgo de ser tan pocos que tienden a desaparecer.

«Eppur si muove»….

Y a lo largo de la extensa historia literaria de los pueblos, los críticos literarios se han bastado por sí solos para coger un sitial importante en la galería de las letras, han demostrado, sin duda,  su poder desde el púlpito y no son pocos los que  han decidido el futuro de muchos libros y autores, con lo cual queda demostrada la relevancia de estos jueces de las letras.

En Chile son muchos los críticos literarios. Suman más, claro está, lo que se creen tales, pero en general ha existido un número considerable – aunque no apreciado – de analistas.

Sobresalen los que ejercieron la crítica en los medios de prensa. Los otros, los académicos– esos que se refugian en sus antros universitarios – no torcieron la historia ni son consultados a menudo, situación que los irrita, dada su tendencia a la petulancia, pesadez y escasa simpatía.

En el universo literario de Chile tenemos cuatro nombres que han mostrado talento y popularidad durante el siglo veinte. Pero no son cuatro. La verdad es que son cinco.

Hay uno que estuvo un tiempo a la par con los cuatro y que  pasó al siglo veintiuno.

Ya lo enunciaremos.

El más grande, el mejor, el más popular es sin duda HERNÁN DÍAZ ARRIETA (ALONE). A pesar de sus desdeñosos censuradores, duró más que ellos y quedó en la historia de la literatura chilena como el mejor. Tuvo, al contrario de sus colegas, diferentes apodos: Pontífice de las Letras, Maestro de Escritores, el Crítico de Chile, el Poeta de la Crítica, Novelista de Libros, etc. Poseyó en la Crónica Literaria su gran herramienta para discernir sobre lo bueno o lo malo de los libros y en su exquisito gusto la medida con la cual valoraba las virtudes y defectos de escribas y textos. Vivió 93 años y duró más de  65  en la noble tarea. Fue constante. Destaca del resto por su prosa espléndida. Debe ser el mejor estilista de la literatura chilena. Tuvo aciertos y errores, como todo ser humano. Entre sus clarividencias hay dos Premios Nobel de Literatura y dio el espaldarazo a muchos  Premios Nacionales de Literatura, todo lo cual da una pauta sobre su indudable capacidad para captar el talento de los escritores. ¿Sus traspiés?. Son los menos, casi mínimos. No creó escuela, pero fue determinante en casi medio siglo en la evaluación de obras y autores, llegando a decidir el futuro de los libros. Fue crítico, cronista, biógrafo, antólogo, novelista y traductor.

Por si no lo han notado, es nuestro escritor favorito.

La investigación histórica, la crítica literaria y la historia de la literatura chilena fueron los afanes incansables de RAUL SILVA CASTRO. Nadie como él se dedicó con tanto ahínco y pasión al estudio de las letras nacionales. Sus estudios tendieron a la objetividad.

Instauró en Chile una suerte de análisis de espíritu sistemático que innova en las letras chilenas. Consistirá en un método científico que encuadra la visión de la literatura criolla (panorámica y vertebrada) en un todo congruente, ordenando los ciclos por épocas y éstas por géneros. Se apoyó en la síntesis para coordinar y entender las obras literarios, conforme a los géneros y sus fluctuaciones. Esta clase de análisis documental tiende a ser objetivo. Cada idea, cada palabra, es medida, pesada y contada, a fin de poder construir un edificio perfectamente seguro y mejor diseñado».(del libro inédito  Cuatro Grandes en la Crítica Literaria de Chile, Jorge Arturo Flores).

Como miembro sobresaliente de la Academia Chilena de la Lengua, sus comentarios tendían a transmitir el respeto por la lexicografía, gramática y ortografía, adecuándose fielmente a esos parámetros. En tal sentido, debe ser uno de los escritores más consecuentes con su ideario que integraron la Academia citada.

Fue uno de los grandes críticos chilenos, provisto de una considerable obra de historia e investigación, dotado de un amor a las letras como pocos y cuya tarea, lamentablemente, no ha sido  reconocida en toda su extensión. Por ahí prevalecieron, como siempre, diferencias políticas para desmerecer u omitir su nombre cuando se le necesitaba citar. Como pocos, mereció más Premios en su vida.

Méritos le sobraron.

Un paréntesis, ya que tocamos el siempre desagradable tema político en las letras, por lo menos para quien escribe. No se nos oculta que siempre ha estado y estará presente en importantes instancias literarias, lo cual, sin duda, es un contrasentido, pero no se puede remar contra la corriente. En los enjuiciadores literarios que ejercieron tal función durante el Siglo Veinte existieron varios que se alinearon en la frontera de izquierda: Yerko Moretic, Juan de Luigi, Hernán Loyola, etc. Tenían talento, no cabe duda, pero lo despilfarraron justamente por no soportar a sus contrincantes ideológicos y porque fueron incapaces de mirar una obra al través del prisma artístico, antes que el ideológico. Sus trabajos no pesaron en la historia y hoy ni siquiera se les menciona. Caro tributo pagaron por ser intolerantes y fieles a una ideología que pervive todavía merced a su egoísmo, intolerancia, ansias de poder, dogmatismo y un  fundamentalismo retrógrado y pernicioso que, cuando posee el dominio, las pocas veces,  caen en lo mismo que alguna vez combatieron en sus batallas inútiles.

No hay evolución en ellos ni la habrá.

Una lástima por esos escritores y críticos literarios que se perdieron por no liberarse de las cadenas fundamentalistas.

Volvamos al tercer grande en la crítica literaria chilena.

Representa el flanco izquierdista en las letras. Pero con una diferencia abismal respecto de sus colegas: se abrió al arte, no se encapsuló, viajó y miró la realidad. No transó sus ideales, pero tuvo la suficiente inteligencia para no dejarse aherrojar por los grilletes intolerantes, fanáticos y estériles del dogma ideológico.

Su nombre: RICARDO LATCHAM.

¿Qué dijimos sobre él en  nuestro libro inédito SEMBLANZAS LITERARIAS DE ESCRITORES CHILENOS?:

“Su trabajo, al igual que los mencionados, lo realiza al través del periodismo, la docencia y los libros, especialmente del primero. Metódico e instruido, su crítica literaria es exhaustiva, completa y profunda. Apunta a las virtudes, estructura y contenido literarios. Trae a cuento comparaciones, ideas generales, datos fidedignos y exactos, categorías, nociones inusuales. Para su tiempo, fue un vanguardista en el comentario literario, por cuanto se apartó de los cánones tradicionales y buceó en las letras latinoamericanas con especial énfasis”

Por trayectoria, duración, talento, cultura, juicioso, el cuarto lugar lo ocupa, durante el siglo veinte, HERNAN DEL SOLAR. Excelente cuentista infantil, de lo más granado que tiene las letras chilenas, por el cual obtuvo el Premio Nacional de Literatura, también es meritoria su carrera como juez literario. Al contrario de los anteriormente enunciados, su pupila analítica fue un poco más generosa con los autores. No los barrió con fiereza y promovió con su espaldarazo generoso a muchos escritores que recién comenzaban. Pero también se enojaba. Y lo hacía, eso sí, enmarcado en un lenguaje siempre pulcro, agradable a la vista, bien timbrado, claro, simple, accesible. En tal sentido – refiriéndonos al estilo literario y a la forma de enjuiciar – tiende a parecerse al Maestro de Escritores: Alone. .

Cuando hablamos de cercanía con Alone hablamos del estilo, del coloquialismo, de la huida de lo académico, de la pertenencia a lo poético, nos referimos a la claridad del análisis, a esa forma sencilla de contar. Véase por ejemplo este párrafo extractado de uno de sus artículos:

El soneto, nadie lo ignora, es exigente, impone su voluntad y sin gran esfuerzo atrapa en sus catorce tentáculos, presionándolos mortalmente, a muchos que se acercan a él con presunción de pescadores de poesía de las profundidades. Tanto poeta murió en la aventura que poco a poco le huyeron los líricos. Alejándose de él –y para no confesar la derrota- juraron que el soneto era juego anodino, cosa de ensamblar rimas, nada más, y que la auténtica poesía se negaba a brincar de los dos cuartetos iniciales al par de tercetos del fin de la fiesta. Pero al cabo de prolongadísimo aislamiento, de pronto los poetas –en estos días- vuelven a rumbear hacia el soneto con claras manifestaciones de aventureros que confían en su destreza. Nosotros, los espectadores de la poesía que nace y muere, no podemos dejar de ver cómo de nuevo se ensaya el soneto y cómo este, encrespando la cola, se vuelve un alacrán que no perdona. Se escriben sonetos con una abundancia incontenible y desde ellos, como desde una altura, se ven las cruces de los poetas fallecidos”

Otro, frente a la encrucijada, daría con un discurso lato, enrevesado, oscuro, pedante, suficiente, mirando desde lo alto.

Al igual que sus colegas, la mayoría de sus críticas literarias quedaron desperdigadas en las volanderas páginas de  diarios y revistas. Tiene un formidable libro de cuentos, La Noche de Enfrente, numerosos libros infantiles y un sólido texto sobre los Premios Nacionales de Literatura. También fue antólogo y traductor.

Con Hernán del Solar cerramos el círculo de los Cuatro Grandes en la Crítica literaria Chilena durante el siglo Veinte.

¿Lo cerramos?.

Pues no. No resultaría justo dejar afuera a otro escritor que ha dado con espléndidos comentarios literarios, tanto en  diarios como en libros. Pertenece al siglo veinte, tomó, por decirlo de alguna manera, la posta de Alone,  aunque no con su misma eficacia, cercanía, belleza ni cordialidad. Pero la cogió y durante más de 25 años escribió en El Mercurio una suerte de análisis que, en cierta forma, se apartaba de los otros cánones. Su juicio, mucho más esquematizado que los anteriores, por efecto de sus estudios superiores, permitió observar una pupila visionaria en punto a poesía, respaldada siempre por sólidos argumentos. Tampoco le fue en zaga la narrativa, pero es mejor en la poemática. Estuvo solitario en el comentario durante el periodo de la dictadura militar y con ello se echó a todo el mundo encima, sin que lo tuviera previsto. Además, pertenece a una secta que no se caracteriza precisamente por su tolerancia, samaritarismo y apego a la fe cristiana, como lo es el Opus Dei, de mal recuerdo en la ciudadanía. Para remate, escribió siempre en El Mercurio, diario que se abanderizó con la dictadura y coadyuvó en el golpe militar.

Era para no aceptarlo sin duda alguna.

Pero, si hemos de remitirnos únicamente a la literatura en sí, especialmente al juicio literario llevado a cabo por mucho tiempo, indudablemente que la presencia de IGNACIO VALENTE en las letras nacionales no puede omitirse y es necesario destacar su participación. Reiteramos, solamente en el ámbito literario. En lo otro, se parece al resto y nadie puede lanzar la primera piedra, porque todos están contaminados de una u otra manera.

Es un Grande en la Crítica Chilena.

Pero deberemos aguardar un poco más para colocarlo al lado de los cuatro que escogimos para el siglo Veinte. Tal vez en el Siglo Veintiuno su luz sea más creciente y constituya el fanal necesario para incorporarlo en los Grandes. Nos aventuramos a clasificarlo como tal, junto a Camilo Marks – si éste persiste en el tiempo – desde los albores del mencionado Siglo Veintiuno.

Mientras tanto, aguardemos.

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