DISCRIMINACION POLITICA EN LA LITERATURA

En la política contingente del país y de cualquier nación, el ejercicio político discrimina y es fuente de toda clase de odios, resquemores y denuestos. No existe allí un mínimo piso de ética y el sólo hecho de opinar distinto, condena al contrincante a las catacumbas, al infierno, a los hoyos negros de la segregación.
Sucede, ha sucedido y sucederá.
En literatura, específicamente en las letras chilenas, no es asunto que pase inadvertido y el 90% de las discusiones o análisis literario tiene como trasfondo el tinte político. Más aun, los Premios Nacionales de Literatura, al igual que muchos galardones instituidos, poseen en su contexto general la carga ideológica de sus favorecidos. Si se revisa la lista de los PNL observaremos que la mayoría de los laureados marchan en las líneas izquierdistas y los otros, los que comulgan con la derecha, se reúnen en grupo minoritario, salvo durante el gobierno militar que ubicó, por fin, a sus adláteres.
¿Que hace a las personas, al opinar de literatura, por ejemplo, rayar de inmediato la cancha, colocando en la mesa la política como desiderátum de la discusión, obligando al debate a enrumbar en esa trayectoria?.
Solo el fanatismo, la mediocridad y la ignorancia podrían ser las respuestas.
Porque de otra manera no se concibe que ciertos críticos literarios prefirieron y prefieren, en sus juicios, solamente a los autores que comulgan con su ideológica, haciendo abstracción de los valores literarios de un libro. Tampoco se concibe que escritores, a priori, no lean o rechacen cualquier atributo artístico de los autores sólo por el hecho de estar en la trinchera del frente. Menos se entiende a los lectores que desdeñan el libro de un escritor con ideas derechistas o izquierdistas, por ser contrario a sus percepciones ideológicas.
Cuesta entender.
¿Es atinada la forma? ¿Corresponde ejercer esa suerte de segregación en el escogimiento y lectura de libros?. ¿Qué se pretende con eso de anular previamente cualquier compromiso con los creadores literarios, sólo pauteados por su ideología?. ¿Está bien, está mal?.
Muchos no leen a Neruda y de Rokha, por ejemplo, por ser comunistas. Ni escuchan a Violeta Parra, también poeta, por caminar por los senderos de la izquierda. Nicanor Parra tiene detractores de ambas tendencias. Empate técnico. Huidobro alguna vez firmó los registros comunistas, aunque luego se alejó. No lo perdonaron. Gabriela Mistral sufrió lo indecible en sus primeros años por caminar en las antípodas de la derecha.
Eso en cuanto a los poetas famosos.
Convengamos, por cierto, que poetas derechistas relevantes prácticamente no existen o son minorías…
En la prosa la situación tiende a equilibrarse. Manuel Rojas, el mejor novelista, es aceptado, pese a que su materia dista de los contrafuertes tradicionalistas. Pero hubo otros escritores, comprometidos con la cuestión social, que, si bien recibieron aplausos de la crítica, tuvieron el rechazo visceral de quienes no concordaban con su tendencia ideológica.
También es innegable que los escritores que se hincan frente al sistema mercantil escasean…
Esto del fanatismo político como el religioso y deportivo da para largo. Conocemos a cierta persona, abominable persona, que elegía los clubes de futbol de cada país por su representación social, es decir, del pueblo. Encorsetado en la idea, criticaba acerbamente a quienes preferían, por ejemplo, a un Real Madrid o River Plate y no al Barcelona y Boca Junior, que representaban las masas populares.
Es llevar la estupidez a su máxima expresión.
En las letras chilenas, reiteramos, hay casos similares y resulta patético contemplar a seres con alguna inteligencia y cierta preparación, pero disminuidos en su escogimiento libresco, que solamente hablen desde la perspectiva rojiza, desdeñando las otras que no cogen el tema.
En ellos resaltan, sin duda, una escogida mediocridad.
Contemporáneamente, en el plano histórico, otro paradigma que sirve igual para las letras: un señor de apellido Baradit publicó algunos libros con el título “Historia Secreta de Chile”. Trató de mostrar lo que las historias oficiales no indican. La idea es buena y ayuda a conocer nuestra historiografía. Le fue bien. Vendió mucho, tal vez demasiado. Ello bastó para que la jauría de presuntos historiadores arremetiera contra él tildándolo con las peores expresiones y recomendando evitar su compra. Entre los juicios ocupaba gran espacio la palabra “comunista”. Nadie reparó que el hombre no fue favorecido por los dioses literarios, no escribe precisamente bien y tiende a adormecer al lector, además de no conocer la síntesis y la brevedad. No calificamos sus fuentes, pero entendemos que debió prepararse para la aventura. Nada de eso importó, sólo la descalificación histórica, algunas palabras no lisonjeras ciertamente y el conocido calificativo de “comunista”.
La historia chilena también está ferozmente dividida por la contingencia política. Hay historiadores conservadores e izquierdistas. Los de izquierda son los que discriminan claramente a los de derecha y apuntan a su desmoronamiento, sin ocultar sus ansias de nombradía, para lo cual utilizan todas las armas, incluso la descalificación.
No han cambiado nada con el tiempo, el único juez.
Ahora bien, como en todo orden de cosas, existen las excepciones a la regla y, nobleza obliga, hubo y hay analistas literarios que enjuiciaron y enjuician libros que contenían y tienen temáticas distintas a su ideario y, sin embargo, captaron el real valor de sus obras, opinando favorablemente.
Eso es valorable.
Como también deben existir lectores a quien la cosa política les importa un comino y sólo interesa el contexto literario y el entretenimiento.
También es valorable.