OBSESION POR LA OBJETIVIDAD HISTÓRICO LITERARIA

Tanto en la crítica literaria como en la historia, es prácticamente necesario para sus lectores que ofrezcan objetividad en sus motivos. De lo contrario, arremeten contra ellas, no ciertamente con  intenciones de aplaudirlas.

En la crítica literaria, por ejemplo, la subjetividad del comentarista es vista con malos ojos, salvo que pertenezca al mismo color político.

En ese caso, no hay observaciones.

Para conseguir ese Santo Grial que es la objetividad literaria,  los iluminados dieron con algunos procedimientos que encajonaron la literatura en el nicho de la ciencia. ¡El Arte sometido a reglas científicas! Olvidaron que el libro es, ante todo, una expresión íntima del creador, por tanto, todo lo que él redacte estará irremediablemente manchado de sus fobias y filias, de sus preferencias o disgustos, etc. La razón es simple, todo lo que opinamos o escribimos proviene de nuestro interior e impide que seamos objetivos.

Entonces, resulta absurdo, estúpido, pedirle a un crítico literario que abomine de sus ideas, de sus conceptos artísticos y escriba con “objetividad” cuando comenta un libro.

Imposible.

Desde el momento que elige un libro por sobre otro, ya está inclinando el bote.

En cuanto a la historia, para nadie es desconocido que sus cultivadores provienen de diferentes épocas, con otra mentalidad, de acuerdo a lo que vivieron.  

Salvo que sean visionarios, no pudieron sacudirse de sus tiempos.

Con el paso de los años surgen nuevas historias que anatemizan a las anteriores. Aquí ingresa, preferencialmente, el matiz político, o sea, ese monopolio que mantienen con empecinada constancia la derecha y la  izquierda al través del pretérito.

Sin duda alguna, Chile tuvo, entre sus primeros historiadores, la preminencia conservadora. Era lo que se estilaba. Durante el Siglo XX surgieron nuevos historiógrafos que, mediante la idea marxista, trataron de impugnar todo lo escrito, haciendo prevalecer, sin “ninguna objetividad”, su juicio sobre los momentos históricos, mofándose de sus colegas.  

O sea, repitieron exactamente lo mismo que criticaban.

 En suma, la crítica literaria objetiva es ideal, perfecta, deja a todos felices, pero presenta un grave inconveniente, como diría Alone: no existe.

Lo mismo ocurre con la historia.

Ésta última, la mayoría de las veces, se reduce a historia personal. Al igual que la crítica.

Por consiguiente, el “me gusta o no me gusta” es la piedra filosofal. Y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.

ARTURO FLORES PINOCHET 2021