EL ESCRITOR ¿NACE O SE HACE?

Esta pregunta ha sido reiterada desde tiempos inmemoriales. En especial, cuando se interroga a un autor.

Se necesita saber, en el fondo, si el literato está consciente de su origen como artista.
El tema da para largo y no cabrá en esta crónica literaria.

Daremos, entonces, algunos pincelazos dispersos, atendido el hecho que escribimos una glosa, no un tratado de literatura ni una exegesis artística ni un intento de escamotear la inteligencia a varios genios.
Simple reflexión al vuelo.
A nuestro juicio existen dos alternativas válidas. Una, la del ser humano que nace con una predisposición natural para el arte, en este caso, para escribir y dos, el que se hace durante la jornada.

En el primer caso, se le nota desde pequeño. Su futuro   se descompone también en dos horizontes: el uno, escribe para sí, lo guarda, no se lo muestra a nadie, salvo a su cónyuge, familiares y algunos amigos.

Pero no pasa más allá.

El otro horizonte es que continúa escribiendo durante su juventud, se le nota en clases, es distinto y ensimismado. Lee mucho o no lee nada. Más adelante conoce colegas de la misma sensibilidad, se adentra en esos círculos y presta atención al mundo literario.

Publica.

Es el escritor que nace y que persevera en el tema. Es su vocación de vida. Si anda con suerte, coge premios. De lo contrario, sigue escribiendo y publicando para algunos, hasta es conocido y disfruta haciéndolo.

Hasta ahí el escritor que nace.

El otro es el que se hace en el camino. No nace con la sensibilidad natural, sino la va cogiendo mientras marcha, como quien recoge flores. Se va atiborrando de lecturas, indaga aquí allá, estudia técnicas, ingresa a talleres, va a todos los panoramas y recitales. Poco a poco va moldeando la personalidad del escritor. Y escribe, no para él, sino para el público.

Incluso da con sus trabajos a las prensas.

Es el escritor que se hace.  

¿Notaron que nos hemos señalado, en estas características, algo sobre el talento?
Es otra cosa. Es innato, indivisible, único, aunque se puede adquirir como un sucedáneo. Con mucho trabajo, lecturas y decisión, lo consigue (el sucedáneo) y lo transforma en un oficio permanente. En algunos casos, toca el cielo.

En otros, solo alcanza a estirar la mano al infinito.

El que nace con talento para escribir (siempre que lo desarrolle) va camino de convertirse rápidamente, no en genio, aunque no se excluye, pero si en figura preponderante, incluso puede ganar premios y, en este último caso, sus aduladores, claro que sí, lo trataran de genio o maestro.
Sucede a menudo.
En síntesis, en resumen, en otras palabras, la inquietud permanece y no hay acuerdo con las tesis.

Para unos el escritor nace, para otros se hace.

Para muchos, nace y se hace.

ARTURO FLORES PINOCHET 2020